Hermes
Hermes, el mensajero de los dioses
Hermes Trismegisto es una figura mitológica compleja que presenta el aspecto de un superhombre divinizado a quien incluso se ha atribuido una obra clave de la tradición esotérica occidental. Síntesis del Thot egipcio, el Hermes griego y el Mercurio romano, es el arquetipo del Conocimiento, el Verbo divino encarnado en ser humano.
El nombre de Hermes evoca la mitología, pero también la filosofía, la religión, el esoterismo, la literatura y el arte. Su imagen no es sólo la del mensajero alado de los dioses del Olimpo, sino también la de la deidad de la Sabiduría, que ejerce como mediador entre los hombres y la esfera sobrenatural, asumiendo distintas funciones: padre de la Alquimia y patrón de los intérpretes de los textos sagrados, pero también de los ladrones, los tramposos y los comerciantes.
Por otro lado, aparece como poseedor de una ciencia secreta y psicopompo, que guía las almas de los difuntos. Por lo tanto, es un personaje complejo y ambiguo: una figura mítica extraordinaria, a la que se atribuye la autoría de obras literarias y filosóficas.
Desde Virgilio a Bocaccio, lo vemos como el «Señor de los vientos». Botticelli lo representó dirigiendo a las nubes en su obra maestra La primavera, pero también como el guía de las Gracias, evocando un complejo conjunto de significados herméticos. Según la historiadora y prestigiosa especialista en hermetismo Frances A. Yates, La primavera es un auténtico talismán, «una imagen del mundo elaborada para transmitir, a quien la contempla, influjos saludables, vivificantes y antisaturnianos. Es la traducción o equivalente visual, en el Renacimiento europeo, de la magia natural de Ficino».
Los múltiples y cambiantes aspectos de Hermes encuentran un denominador común en dos características fundamentales: la primera es su función de guía y la segunda se refiere al dominio del lenguaje y de la interpretación, relacionada no sólo con la hermenéutica (el arte de descifrar textos), sino también con la habilidad para el engaño. Por eso, Platón afirma en Cratilo: «El nombre de Hermes se asocia con la palabra, con el discurso; él es intérprete y mensajero, aquel que roba con destreza, que engaña con discursos, que negocia en los mercados; en resumen, el maestro de todas las actividades basadas en la palabra».
De la leyenda a la historia
El mito ha destacado el rostro lunar de Hermes, conectado con el lado crepuscular del planeta Mercurio. Bajo este aspecto es «el hijo de la oscuridad», que se opone al Prometeo solar. Si Hermes representa a la Sofía gnóstica (sabiduría), Prometeo simboliza la tecne (técnica). Pero estos opuestos se complementan. Prometeo enseña al hombre el uso del fuego, o la capacidad metalúrgica de modificar la materia (el lado práctico de la alquimia y la función del hombre como Homo faber), mientras que Hermes le desvela el mundo oculto y espiritual que trasciende al material, a través de la dimensión mística de la misma alquimia.
En la mitología griega, aparece como hijo de Zeus y Maya, la más joven de las Pléyades. Los relatos sobre su infancia describen cómo logró engañar y robar una manada de bueyes a Apolo, cómo inventó la lira valiéndose de un caparazón de tortuga, y también cómo, obtenido el perdón de Apolo a cambio de dicho instrumento musical, aprendió de éste el arte de la adivinación, convirtiéndose así en el mensajero de Zeus. En el resto de las leyendas aparece como heraldo de los dioses, ejecutor de la voluntad divina o protector de los héroes.
El nombre de Hermes fue asignado por los griegos al egipcio Thot, el divino escriba de los dioses, mago y depositario de la sabiduría arcana, que ayudó a Isis a resucitar a Osiris. Y la fusión de Hermes con Thot dio a luz la figura de Hermes Trimegisto, el «Tres veces grande» de los latinos, que lo asimilaron también al Mercurio romano.
En su De natura deorum (Sobre la naturaleza de los dioses), Cicerón sostiene que existieron cinco Mercurios y que el último de ellos, desterrado al país del Nilo después de haber matado a Argos, «dio a los egipcios leyes y letras» y tomó el nombre de Thot. La asimilación de éste con Hermes se hace oficial en el siglo III a.C. y es confirmada por un decreto de los sacerdotes en el año 196 a.C. Después de este decreto, los autores judíos identificaron a Thot-Hermes con Moisés, dando lugar a una tradición que se mantendría viva en Europa hasta el Renacimiento.
Thot-Hermes habría enseñado a los egipcios «a navegar, a levantar piedras con grúas, a fabricar armas, bombas de desagüe y máquinas de guerra». A esta lista hay que añadir la enseñanza de la filosofía y de la astronomía. Ecateo de Abdera lo calificó de «secretario de Osiris» y le atribuyó la invención de la escritura, la astronomía, la música, la lira de tres cuerdas y el arte de la interpretación. A su vez, la identificación-fusión de Hermes con Thot, y la consiguiente atribución a Hermes Trimegisto de una vasta literatura de astrología, ciencias ocultas y filosofía gnóstica se remonta a Evemero (siglo III a. C.), para quien los personajes mitológicos habían sido seres humanos divinizados después de su muerte por la grandeza de sus actos heroicos.
Así nació la creencia de que Hermes era un personaje histórico real, acreditada y reforzada por el cristianismo, que lo consideró un profeta, un ángel o un demonio, según las distintas corrientes. Bajo dicha influencia se le atribuyeron libros en lengua griega, que serían reagrupados bajo el nombre de Corpus Hermeticum y pondrían los cimientos de la tradición denominada «hermética».
Tres veces grande
La genealogía clásica de este Hermes-Thot-Mercurio se remonta al periodo helenístico y comienza con Thot. Según la leyenda, un hijo de este dios egipcio fue el padre del segundo Hermes, el Trismegisto, cuyo hijo fue Tat. Apolonio de Rodas le convirtió en un antepasado de Pitágoras. Según otra traducción recogida por Plutarco, también la diosa Isis era hija de Hermes.
En cambio, en sus Instituciones divinas, el cristiano Lactancio sostuvo en el siglo III d. C. que el Hermes egipcio, «aunque sólo fuese un hombre, tenía no obstante una gran antigüedad y estaba perfectamente dotado de toda clase de conocimientos; de manera que la sabiduría sobre muchos asuntos y artes le procuró el nombre de Trismegisto. Escribió gran cantidad de libros, referidos al conocimiento de las cosas divinas, donde reivindica la majestad del dios supremo y único Dios y hace mensión de ello recurriendo a los mismos nombres que utilizamos nosotros: Dios y Padre».
Las numerosas referencias a Hermes contenidas en las obras de Lactancio se explican por el hecho de que lo consideraba un aliado en la lucha contra la cultura pagana. En el siglo IV, San Agustín afirmó que Hermes era sobrino segundo de un contemporáneo de Moisés. Pero condenó obras suyas como el Asclepios, tachándolas de idolátricas.
En cualquier caso, no deja de reconocer la antigüedad de Trismegisto, afirmando en su De Civitate Dei que había vivido «mucho antes que los sabios y filósofos griegos» y que «se hizo famoso como experto en muchas artes, que enseñó también a los hombres, los cuales, por este motivo, creyeron que después de su muerte se había convertido en un dios».
Otra tradición diferencia entre tres Hermes e identifica al primero con el patriarca Enoch, al segundo con Noé y al tercero con Hermes-Thot, que habría vivido en Egipto después del Diluvio. Según ésta, el apelativo de «triple» o de «tres veces grande» se debería a que estaba en posesión de las «Tres dignidades que Dios confería: Rey, Filósofo y Profeta». El propio Hermes la atribuye al hecho de que posee las tres partes de la sabiduría del mundo.
Si los testimonios de los Padres de la Iglesia servían para acreditar la existencia y la antigüedad de Hermes-Thot-Mercurio, en el Medioevo se asiste a un dobre proceso, por una parte dirigido a ridiculizar y demonizar su figura, pero por otra a asumirlo como modelo de virtudes cristianas, hasta el extremo de asociarlo a la imagen de Cristo.
La identificación con el Cristo-Logos es temprana. Si en la mitología griega aparecía a veces como dios de los pastores, los autores cristianos le vieron como una prefiguración profética del Buen Pastor. Su función de guía de las almas de los difuntos permitió también presentarlo como un arcángel y un equivalente del dios egipcio Anubis, la deidad que «abre y muestra los caminos».
Otros autores cristianos lo retratan, en cambio, como un diablo. En el siglo IV, Sulpicius Severus narra cómo dos demonios se acercan a San Martín para atormentarlo: «Uno de ellos era Júpiter, el otro Mercurio». Y Mercurio era el más peligroso para este autor, según el cual el propio Satanás disfrutaba apareciéndose bajo esta identidad.
La tradición atribuyó a Hermes una cantidad increíble de libros, estrellas y sellos. Clemente de Alejandría hablaba de 42 libros, el sacerdote egipcio Manetón le atribuyó 36.525 y Seleuco, 20.000. Uno de los más misteriosos de este conjunto legendario sería El Libro de Thot, supuestamente redactado en época antediluviana, que contendría un ritual mágico capaz de transformar al hombre en «rey de la creación».
Un tema apreciado por la tradición alquímica, sobre todo árabe, explica cómo el primer Hermes o Thot, que vivió antes del Diluvio, habría hecho construir las pirámides (y la Esfinge) para depositar allí los secretos de la Sabiduría. Esta tradición árabe distingue un primer Idris-Thot, iniciador de los misterios de la Sabiduría que grabó los principios de la Ciencia Sagrada en los jeroglíficos; un segundo Hermes, que habría vivido en Babilonia después del Diluvio e iniciado a Pitágoras; y el tercero, padre de la Alquimia.
A esta vasta literatura atribuida a Hermes pertenece la célebre
Tabla de Esmeralda, llamada así porque la leyenda sostiene que fue grabada por él mismo con una punta de diamante sobre una lámina de esmeralda. Dicha leyenda refiere que esta Tabla, escrita en árabe, habría sido descubierta por Alejandro Magno cuando consultó el Oráculo de Amón en el oasis de Siwa, descubriendo allí la tumba de Hermes y en su interior dicha Tabla. Según otra versión del relato, el mismo texto habría sido descubierto en las cavidades de la Gran Pirámide de Gizeh.
Una corriente de la tradición hermética que se remonta a Olimpiodoro y llega hasta el siglo XX, incluyendo a iniciados como Zósimo, Dom Antoine Joseph Pernety, Michael Maier y Julius Evola, hasta desembocar en la interpretación psicoanalítica de Carl G. Jung, considera que la mitología contiene un mensaje codificado con los principios de la Obra alquímica. «De Mercurio están compuestas todas las cosas, en tanto representa la materia, el principio y el fin de la Obra», dice Evola en su Tradición Hermética.
Unificador de los contrarios
El simbolismo de Hermes significa así tanto la dualidad como la unidad que la concilia y es, al mismo tiempo, lo material y lo espiritual, la fase de formación del Rebis, el Andrógino hermético, compuesto por Azufre y Mercurio, Macho y Hembra, Hermano y Hermana, como nos recuerdan las dos serpientes del Caduceo de este dios, que se entrelazan unificándose en torno a dicho cetro.
«Cuando el alquimista habla de Mercurio», explica Jung en Psicología y Alquimia, «se refiere exteriormente a la Plata Viva, pero interiormente al espíritu aprisionado en la materia, el Creador del Mundo (...) Mercurio es la Materia Prima, el nigredo; como dragón se devora a sí mismo y también muere para resurgir como Lapis Philosophorum» Es el juego de colores de la Cauda pavonis del Pavo Real y los Cuatro Elementos. Es el ser inicial hermafrodita, que después se escinde en la clásica pareja de hermano y hermana, para reaparecer en la figura radiante del lumen novum del Lapis. Es metal y no obstante, líquido, materia y espíritu, frío y ardiente, veneno y bebida saludable, «un símbolo unificador de los contrarios», el que brinda la coincidentia oppositorum.
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-Revista Año Cero. Año XVII Nº 03. Por Enrica Perucchietti.